Uso no sexista del lenguaje
Conozco a Mary Beard por sus documentales sobre el mundo romano. Sin
embargo, desconocía todas las críticas que se le han hecho a raíz de su
ponencia: “Venga, cállate, querida” del 2015. Sinceramente sigo
escandalizándome con este tipo de noticias, con este tipo de reacciones
machistas, sin sentido, asquerosas. Es muy triste este panorama, pero creo que
haciendo un análisis de todos los insultos que Mary recibió se podría hacer,
perfectamente, una tesis de lo que ocurre en nuestro mundo patriarcal.
Es increíble que los agravios que ella recibió fueran hacia su físico.
“Fea”.
“Gorda”.
“Mal vestida”.
“Machorra”.
“Seguro que tu vagina da asco”.
Y un sinfín de palabrejas negativas. ¡Nada más y nada menos que catedrática
de la Universidad de Cambridge! ¡Qué puesto tan complicado de conseguir para un
hombre! ¡Ni qué decir lo que debe ser para una mujer llegar a ese escalafón!
Pero las críticas hacia ella se enfocan hacia su físico.
Lo tengo muy claro. Esos “haters” no tienen argumentos. No saben
argumentar.
¿Habrán leído algún artículo que Mary ha escrito? ¿Se habrán parado,
incluso, a hacer algo tan sencillo como leer su biografía en Wikipedia? Lo
dudo. Y si lo han hecho, no captan el mensaje de sus palabras. Es gente con
miedos, con prejuicios, con temor a que les destronen de su posición
privilegiada en el mundo. Gente que se esconde tras un “nickname” o tras un
“hashtag” para querer destruir a una mujer luchadora, a una mujer que eleva su
voz por encima del resto de mujeres que no lo han podido hacer. Y eso duele y
resquebraja más aún los miedos de esas personas todavía inmersas en su burbuja
de privilegios.
Este tipo de reacciones me resultan muy primigenias. Cuando tenemos el don
de la palabra para poder debatir y comunicarnos, hacemos lo contrario.
Palabras utilizadas para intentar herir. Muy inteligente.
Bravo por Beard al llamar a esa madre y conversar sobre el comentario de su
hijo de veinte años en las redes. ¡Qué valor y que vuelta de tuerca tan bien
dada!
En relación al segundo de los puntos sobre el que hay que reflexionar: cuando
un niño no actúa como “debiera”, efectivamente, como bien dice la pregunta de
la actividad, se le llega a insultar. Se le insulta, se le intenta ridiculizar.
No solo diciéndoselo a él, sino a veces rodeado de sus amigas y amigos. Yo pude
vivir una situación como esa.
Todos los puentes, los festivos y las vacaciones he veraneado en un pueblo
castellano y desde bien pequeña me he juntado con un grupo de chicos y chicas.
Desde los 6-8 años ha sido así hasta el día de hoy. Me acuerdo de una vez, que
una abuela de uno de nuestros amigos le dijo a otro de ellos que “estaba todo
el día jugando con las niñas, que parecía maricón”. Yo no entendí bien lo que
quería decir. Pero me sentí mal por mi amigo y también por mí, porque le
estaban regañando por querer estar con nosotras, por jugar libremente, como si
estar con mi prima y conmigo fuera algo malo… Años más tarde lo comprendí
perfectamente. Comprendí todo lo que esa señora quería decir.
En el caso de las niñas, si se comportan como “no debiera una señorita”,
también se las critica. Se las insulta. Si te “sales de lo normal”
pueden decirte desde: “machorra”, “lesbiana”, “anormal” … hasta lo que nos
llegaron a decir a mis amigas y a mí, con el mismo grupo de amigos del que
anteriormente he hablado. Amigos que han sido amigos siempre. Al llegar a la
adolescencia, había gente del pueblo que nos decía que éramos unas “frescas” y
unas “putas” por “andar siempre con chicos”. ¿Pero tan malo es que te
relaciones con tu gente, que salgas, entres, que hables, discutas con gente de
tu edad? Pues sí, parece que había gente a la que le molestaba eso.
Curiosamente, solo nos llegaban críticas a nosotras y no a nuestros amigos.
Nosotras fuimos el punto de mira durante la adolescencia y no ellos. Éramos las
malas de la película.
En ambos casos, niños y niñas que pueden/ saben/ quieren “salirse de la
tangente”, se les acusa negativamente de pertenecer al sexo contrario, siempre
con insultos y haciendo de menos a esa persona. Acompañado las duras palabras
de malas caras y de gestos que solo indican rechazo hacia esa persona que
intenta crecer en libertad.
Ser diferente no gusta. Ser diferente implica que el resto tenga que hacer
un esfuerzo para poder comprenderte.
Implica que tengan que rehacer su mundo para interpretar el tuyo.
Y mucha gente no se plantea hacer el mínimo esfuerzo.
Intentando responder a la tercera premisa, obviamente todo esto afecta a un
niño y a una niña. Puede afectar desde poco a muchísimo. Y en esa horquilla
entran muchos factores: seguridad personal; educación recibida en el hogar, en
el entorno, en el colegio; educación social y herramientas de cada sujeto para
poder afrontar las críticas, entre otros.
Estas situaciones pueden traducirse en sentimientos que van desde odio
hacia ti como hacia otras personas, hasta inseguridades, pasando por miedos,
rechazo o insuficiencia para afrontar otros problemas en la vida.
No somos del todo conscientes de lo que todo esto puede suponer en el
trayecto de cada persona.
Está claro que es imposible luchar contra todo el sexismo, todo el machismo
y todas las injusticias que hay en nuestro entorno. Pero sí que creo que todas
y todos somos responsables de nuestros actos, de nuestras acciones y, por
supuesto, del lenguaje que utilizamos a diario. Todas y todos somos
responsables, como docentes y como miembros de la comunidad educativa, de
proporcionar apoyo y herramientas para que esos niños y esas niñas sean capaces
de afrontar, en un futuro, las críticas que pueden ir llegando a lo largo de
toda su vida.
Reflexionemos entonces sobre el vocabulario utilizado.
Hagamos, pues, el esfuerzo de reconocer qué queremos decir con nuestras
palabras.
Seamos conscientes de que el lenguaje no es inofensivo.
Y recapacitemos para llegar a una comunicación mucho más inclusiva, más
sana y más justa.
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